Servicios Públicos. Copagos y otras privatizaciones
De ciudadanos a clientes
Los actuales sistemas europeos de protección social surgieron
tras la II Guerra Mundial, a merced de un pacto entre liberales y
socialdemócratas. Los liberales renunciaron a su maximalismo ideológico,
reducir el Estado a la nada; los socialdemócratas dejaron atrás el
marxismo, aceptaron la democracia liberal y el libre mercado. Los
liberales y democristianos aceptaron el Estado social y los
socialdemócratas hicieron lo propio con el capitalismo. Resumidamente, y
con muchos matices, así nació el modelo político europeo que estamos
enterrando.
Como
consecuencia de este pacto no escrito, Europa consiguió crear
sociedades prósperas en las que la cuna no marcaba el destino. Al menos,
no de manera irremediable. Ascendió de las alcantarillas de la
desigualdad una gran clase media que hizo posible la paz social, altos
parámetros de igualdad y espantó el fantasma de los conflictos bélicos.
La universalidad de los servicios públicos fue la garantía de que las
élites económicas no lucharían para derrumbar el sistema en el que ellos
mismos estaban incluidos como usuarios.
Por
su parte, las clases populares sentían que formaban parte de un todo.
De un sistema que daba el mismo servicio al dueño de una industria
siderúrgica alemana que al obrero español que emigró de la depresión
económica del Franquismo. Este consenso fue fundamental para lograr los
acuerdos que dieron lugar al nacimiento de lo que hoy conocemos como
Unión Europea. No es casual que sea en el seno de la UE donde se está
tramando el desmantelamiento del Estado social, ante la mirada atónita
de una socialdemocracia que es incapaz de proponer una alternativa real
que no sea exclusivamente la defensa a los ataques de la derecha.
De
la actual eurodepresión, la socialdemocracia ha sido tan espectadora y
ejecutora como los democristianos. ¿O acaso pensaron que el Tratado de
Maastricht serviría para conservar el Estado del Bienestar? ¿O que el
Pacto de Estabilidad del Euro incentivaría el crecimiento económico? ¿O
que el Banco Central Europeo sería el banco del euro? Ningún líder
europeo socialdemócrata esgrimió oposición alguna en los Consejos
Europeos donde se firmó de qué manera saldríamos de la crisis. Es más,
el socialista español Joaquín Almunia, vicepresidente de la Comisión
Europea y responsable de Competencia, defiende unas tesis económicas tan
radicales como las de la canciller alemana Ángela Merkel.
Ahora,
con el estallido de la crisis de deuda y déficit, estamos contemplando
que no todos renunciaron a sus fines últimos. La socialdemocracia sí se
olvidó del marxismo. Sin embargo, ni liberales ni democristianos
renunciaron a su modelo económico primigenio. Una vez caído el Muro de
Berlín, fracasada la alternativa política al capitalismo, la derecha
europea promocionó su ideología como la única posible. La
socialdemocracia creyó que la reducción de impuestos al capital y rentas
altas era de izquierdas y que, con ello, no peligraría jamás el pacto
del Estado del Bienestar. De aquellos lodos nos llegan estos barros.
La
crisis económica está siendo el subterfugio a través del cual la
derecha económica está introduciendo sus máximas ideológicas. Que por
supuesto no es el copago, ni subir las tasas universitarias ni recortar
la protección social de las clases populares. La aspiración maximalista
de la derecha económica es la total privatización de los sistemas
sanitarios y educativos públicos. Reducir el papel del Estado para que
únicamente vele por la libre competencia y la seguridad policial. Ni más
ni menos que convertir a los ciudadanos en usuarios de las empresas
privadas, a las que sí defenderá el Estado.
El
copago es la primera puerta hacia el Estado asistencial que proyecta la
derecha. Comienzan por dividir a los ciudadanos según su nivel de
rentas. Adulterando el principio de igualdad que garantizan nuestros
sistemas de protección social. En la enfermedad, nos diferenciaba el
cuadro clínico, no el nivel de rentas; en la escuela pública, el hijo de
un jornalero entraba por la misma puerta, usaba el mismo pupitre y
tenía los mismos docentes que el hijo del señorito de su padre.
A
partir de ahora, los desempleados, que no perciban prestación, sentirán
la tiranía de una ideología que les hace rebajas en los medicamentos
para que sientan que están siendo mantenidos por los pudientes. Los
jubilados también estarán divididos entre no contribuyentes, pobres de
solemnidad y capaces. Estos últimos se quejarán de ser los que están
pagando los fármacos al resto de jubilados menos afortunados. Con lo que
el conflicto social está servido y, como siempre, los culpables serán
los pobres. Próxima estación: que sólo tenga acceso a la protección
social quien la pueda pagar.
El
copago persigue la ruptura del pacto social de la Europa de posguerra.
Por el que la financiación de los servicios públicos estaba asegurada
gracias a un sistema fiscal justo y progresivo. El Estado social, que
según el dogma sin alma de la derecha europea “no nos podemos mantener”,
no morirá por la crisis económica. Ni porque sea insostenible su
financiación. El fallecimiento de la igualdad morirá porque la derecha
ha encontrado en la crisis el arma para destruir un sistema que aceptó
por pragmatismo histórico, no por convencimiento de que es socialmente
insostenible convertir a los ciudadanos en clientes.
Fuente: Paralelo 36. Andalucía